
Doctor en Filosofía de la Ciencia
Recuerdo que hace más de dos décadas, al iniciar el bachillerato, algunos condiscípulos y yo corríamos el riesgo de convertirnos en “renegados de la matemática”, como es el caso de muchos individuos cuya inteligencia y sensibilidad serían suficientes para entender y apreciar al menos una mínima parte del extenso mundo de esta extraordinaria ciencia; y es que, creo, todo estriba en la manera en que generalmente nos presentan a la matemática, lo que incluso se complementa con ciertos aspectos de nuestra percepción general sobre ésta.
¡Sí! La matemática es difícil, no sería tan importante y fundamental si fuera “algo trivial”; como mucho de lo que realmente vale la pena, aun así, hay razones, y muchas, para amar la matemática. De esto último precisamente es que quisiera dedicar unas cuantas palabras.
Como bien menciona Hans Magnus Enzensberger en Los elíxires de la ciencia: “Se ha establecido un consenso general que determina de modo implícito, pero masivo, las actitudes hacia la matemática. Que su exclusión de la esfera de la cultura equivale a una especie de castración intelectual, no parece molestar a nadie. A quien encuentra lamentable este estado de cosas, a quien murmura algo del encanto y de la importancia, del alcance y de la belleza de las matemáticas, se le mira con el asombro reservado a los expertos; si se da a conocer como aficionado, en el mejor de los casos será visto como un ser extraño que se ocupa con un hobby peregrino, como si criara tortugas o coleccionara pisapapeles de la época victoriana.” Y es que, considero que a pesar de que comparto las palabras del escritor de Baviera, creo que la matemática, como tantas cosas extraordinarias, se vale por sí misma, y no necesitaría que nadie “salga en su defensa”. El problema estriba en una falsa percepción inducida por ciertos aspectos propios de su carácter. Digámoslo de manera simple: estudiar matemática, intentar comprenderla, análogamente al acto de leer, no implica ningún tipo de sufrimiento, si sólo se parte del hecho de que uno quiere ENTENDER. De aquí que la mayoría vaya acuñando, desde la infancia, una percepción equivocada de la matemática, y no sólo de ésta, pues tendemos, desde niños, a hacer las cosas por obligación, de ahí que asociamos la idea de placer sólo para actividades de distracción o hobbies, y donde el someter a la mente a esfuerzos intelectuales llega a resultar una tarea pesada, lo cual resulta ser sumamente contradictorio. Todo lo anterior me recuerda que en mi adolescencia, cuando atendía el negocio familiar, acostumbraba a llevarme libros para leer mientras no hubiera clientes, y lo que me sorprendía era que casi todos los que me veían leer, pensaban que o “leía la biblia” (jejeje) o “estaba haciendo tarea”, no les pasaba por la mente que lo hacía por placer y necesidad de saber, de entender…, ¿hace falta decir más sobre ciertas percepciones equivocadas?
Ahora bien, surge una cuestión que todos nos hemos planteado alguna vez, y que, ridículamente, considero, todavía se la siguen haciendo los universitarios: ¿para qué sirve la matemática?, creo que la mejor respuesta, sólo por su contundencia, es la dada alguna vez por uno de mis alumnos: “para que se te quite lo pendejo…” Jejeje. La matemática sirve, y mucho, sirve a todo aquel “que sepa sacar provecho de ellas”, es decir, sirven a todo ser humano… Aunque la “gimnasia mental”, como la “gimnasia de los sentidos”, sólo está destinada a los individuos que han superado el “principio de realidad”, cuyo mundo no termina ni comienza “a ras de suelo”.
Otro motivo suficiente para amar a la matemática radica en su belleza implícita, ¿la matemática posee belleza?, en efecto, preguntas absurdas como ésta son similares a preguntar si la novena sinfonía o la Mona Lisa son bellas. La belleza de la matemática, pienso, radica en sus formas, en la “ontología de sus objetos”, en su universo exacto, simétrico, preciso…, en los alcances y posibilidades de sus productos, y que nos ayudan a configurar respuestas, a configurar “angustias por la realidad”. Como dice el poeta, “para apreciar la belleza de la poesía sólo hay que estar en ella”, de igual manera, para apreciar la belleza de la matemática sólo hace falta una única cosa: estar en ella, verla desde adentro, de ahí que la mayoría siga acuñando una falsa percepción, incluyendo aquéllos que se sirven de ésta (ingenieros, economistas, contadores, administradores…) La matemática, como la poesía, corresponden al lenguaje primigenio de la realidad… Son el arte más fundamental del conocimiento.
Finalmente, es un lego el que habla, pues de las ciencias a las que me he enfrentado (y únicamente lo digo porque poseo un diploma que versa: “Licenciado en física y matemáticas”), comencé a amar a la matemática una tarde en que el profesor de álgebra de la vocacional, logró que yo entendiera algo, una diminuta parte de su universo, y de ahí las cosas no volverían a ser lo mismo, a pesar de que nuestra relación siempre ha sido “tormentosa” jejeje. ¿Por qué amar la matemática? ¡Por qué no!, si somos capaces de amar cosas insignificantes, lo mínimo que puede hacerse en la vida es amar lo extraordinario, y esto último a veces está rodeándonos por todas partes, a veces sólo hay que estirar la mano…
PD Lo dejo aquí, pues debo preparar la ponencia: “Matemáticas y Literatura. Amor y Belleza”, que presentaré a un grupo de niños, en el marco del día del niño. Esas y más cosas extraordinarias, en relación con la matemática, nos ofrece la vida. Entonces: ¿Por qué no amar a la matemática?
Efectivamente, porqué hacer las matematicas fáciles si son maravillosamente difíciles.
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