
Maestro en Ciencias
Twitter: @OmarVLo
Un día más, pocas horas de sueño y una larga lista de pendientes quizá sean los ingredientes de la jornada habitual de muchos de nosotros mientras pretendemos completar uno o varios proyectos. Pero es que ¿en qué momento aceptamos la ilusión de que podemos o tenemos que alcanzar nuestras metas de esta manera? ¿Acaso no valdrá la pena explorar otros caminos?
Caminos en los que encontremos personas distintas a nosotros, pero que precisamente por esa razón, nos pueden complementar y ayudar a armar el rompecabezas de la vida con piezas de sus sueños y de los nuestros.
Aunque en la escuela nos enseñan a trabajar en equipo, en nuestros hogares y sociedad parecen reflejarnos lo contrario. Desafortunadamente la desconfianza domina y pareciera más fácil encontrar diferencias al iniciar un proyecto o negocio, que preferimos cortar lazos y llevarnos el balón a nuestra casa cuando las cosas no comienzan a funcionar.
¿Pero de donde proviene esta desconfianza? Como bien lo observó Octavio Paz y lo plasmó en su ensayo hace 70 años, el laberinto de la soledad, “todas sus relaciones están envenenadas por el miedo y el recelo. Miedo al señor, recelo ante sus iguales. Cada uno observa al otro, porque cada compañero puede ser también un traidor”, el miedo a ser traicionados aplasta la buena voluntad de colaborar en cualquier ámbito. Y lo más crítico es que este escenario no ha cambiado mucho desde aquel entonces.
No obstante, aún con lo complicado que pudieran parecer las relaciones humanas, hoy más que nunca nuestro país necesita grupos de trabajo que los una algo más que una recompensa inmediata o material: un propósito. Pero esto conlleva reconocer que nuestro esfuerzo individual no es suficiente cuando se trata de metas y causas mayores que nosotros.
Un día hace no mucho tuve que reconocer que jamás podré leer todos los libros que me interesan, ni escuchar todas las canciones o películas que me recomiendan. Y curiosamente fue por medio de dos versos, que Tim Bergling me recordó que a veces intentamos cargar todo el peso del mundo, pero solo tenemos dos manos.
Creo que ha llegado el momento en que reconozcamos que no podemos hacerlo todo nosotros mismos. Tiempo de meditar y reconsiderar en colaborar con aquellas personas que descartamos antes, por desconfianza u otros motivos. Y puede que en ellas encontremos el equipo que necesitamos.
Quisiera terminar recordando que hace unos dos mil años, el imperio romano empleaba una técnica denominada “divide y vencerás”, la cual consistía en dividir los esfuerzos de grupos potenciales hasta que su fuerza no representara una amenaza para sus intereses. Hoy en día esa misma técnica sigue empleándose sobre muchos pueblos y el nuestro no es la excepción. Pero aun cuando unos cuantos hayan conseguido dividirnos durante décadas si nos unimos, remontaremos.