#OjoDeSilicio – Tecnología y Sociedad.

Neohumanidad, la tecnología exponencial y sus efectos inesperados.

Christian E. Maldonado-Sifuentes
Maestro en Ciencias
Twitter: @ChristosMalsi

Se podría decir, sin faltar a la verdad, que la humanidad ha visto un mayor progreso tecnológico en los últimos 60 años que en los 600 años previos. Así mismo —aunque quizá no lo notemos—  en los últimos 6 años se ha dado la mayor parte de ese avance.

Por milenios la gente vivió viendo cambios que requerían varias generaciones para gestarse y acontecer. Hace sólo unas décadas que nos hallamos consternados por la velocidad del cambio. Los bisabuelos de hace un par de siglos eran considerados los más sabios; hoy los abuelos —o los padres, incluso— parecen no entender nada.

Recientemente escuché a un experto en psicología mencionar —en el contexto de la pandemia— que los niños y jóvenes no deben exponerse a más de dos horas de pantalla, porque puede causar ansiedad. Si bien aclaró que era entendible el uso por más tiempo de los dispositivos electrónicos por cuestiones del estudio, en mi mente quedé atónito ante el nivel de desconexión con la realidad de este investigador reconocido.

Mientras esto sucedía en mi pantalla, en otra habitación de mi casa estaba mi hija de 15 años, a quien es usual ver malabareando con soltura tres dispositivos: laptop, celular y tablet. En la primera, convive con un grupo de amigos en un mundo virtual donde todos construyen estructuras en conjunto; de esos amigos conoce a varios en la vida real pero a muchos otros nunca ha visto, ni verá físicamente. En el celular mantiene acalorados debates sobre personajes de series japonesas y teatro musical con otro grupo de personas «desconocidas» y en la tablet observa videoblogs sobre sus temas de interés. Todo a un tiempo.

Por contraste, estoy yo en esta laptop con unos audífonos a prueba de ruido y música relajante para poder enfocarme en escribir. 

El uso de la tecnología le ha conferido a las generaciones de nativos digitales habilidades que quienes nacimos unos 20 años antes nunca lograremos. Nuestro cerebro se configuró de forma distinta en la primera infancia… El barco zarpó con nuestros jóvenes y niños en él y nosotros nos quedamos en el muelle. De una forma muy real nunca podremos llegar a tener empatía con ellos pues son —en un nivel muy profundo— diferentes a nosotros.

Ahora podemos empezar a indagar un poco y tratar de imaginar que pasará en unos cuantos años. No falta demasiado para que las pantallas sean obsoletas. Los implantes bio-electrónicos son ya una realidad en muchos laboratorios y hay compañías con presupuestos mayores al de países completos que están deseosas de llevarlos a las masas. ¿Cuánto más diferentes de nosotros serán los niños dentro de quince años, cuando tengan desde la infancia temprana las imágenes transmitidas y órdenes emitidas directamente desde su cerebro?

Suena absurdo, ¿verdad?. ¡Ningún padre en su sano juicio permitirá que su recién nacido reciba un implante cerebral! ¿O sí? Hay que pensar que los padres de 2035, serán los jóvenes y niños que hoy experimentan enormes sentimientos de frustración y ansiedad al separarse de sus dispositivos electrónicos, los cuales a pesar de no estar —aún— integrados biológicamente ya se han vuelto una extensión de sus capacidades cognitivas y sensoriales.

No, no es un capricho del púber estar en contacto contínuo con su dispositivo, hay experimentos donde se han integrado pequeños implantes con sensores magnéticos en la punta de los dedos de adultos quienes desarrollan una mayor orientación espacial. Al retirarse los implantes todos reportan sentirse angustiados y desorientados por varios días.

Cualquier nueva capacidad que nos es añadida causa angustia al perderse. Pero, para los más jóvenes estas capacidades se adquieren cuando muchas estructuras cerebrales estan aún en formación. Es decir, su mente se configura en torno a éstas.

Oh, pero nos hemos referido solamente a los implantes bioelectrónicos. ¿Qué hay de las computadoras cuánticas que utilizando las leyes más profundas de la física lograrán superar en órdenes de magnitud la potencia y las posibilidades de las computadoras actuales? No estamos hablando de la típica mejora de desempeño entre computadoras o celulares que hay año con año. Estamos ante la perspectiva de que en 2022 las computadoras cuánticas más sencillas sean cientos o miles de veces más potentes que las computadoras actuales.

Como una tendencia alarmante, en lo que va de 2020 —a pesar de la desaceleración económica acaecida por el COVID-19— se han conectado más dispositivos a internet que todos los conectados desde 2010. Se proyecta que para fin de año puedan ser más aparatos que en toda la historia. El internet de las cosas literalmente implica que cada cosa esté conectada a internet, y no hablamos de dispositivos avanzados, sino de focos, apagadores, puertas, mesas, sillas, prendas de ropa, vasos de café desechables… literalmente todo. ¿Parece una locura? este escenario se podría cumplir —según muchos expertos— en la próxima década, proveyendo de vastas cantidades de información a enormes compañías especializadas en la recolección y procesamiento de los mismos.

La manipulación genética se encuentra en una curva de crecimiento exponencial. Avances en la comprensión de la interacción de los nutrientes y la expresión génica (cómo lo que comemos interfiere en la expresión de nuestros genes) y la cada vez más profunda comprensión del alcance de la integración entre el cuerpo y su microbioma —resulta que las bacterias que tenemos en los intestinos forman parte de nosotros y controlan desde nuestro apetito hasta nuestra inteligencia— nos llevan hacia un futuro donde el humano se habrá modificado más biológicamente en unas cuantas décadas más que toda su evolución de trescientos mil años.

El viento que posibilita e impulsa estos cambios es la Inteligencia Artificial (IA). Actualmente los algoritmos de aprendizaje automático han llegado a resolver tareas muy complejas —como la detección temprana de tumores en radiografías— con mayor eficiencia que los más portentosos oncólogos. En 2015 se integró, por primera vez, a los libros de medicina especializados conocimiento original generado por redes neuronales artificiales. Es decir, los oncólogos de hoy aprenden a revisar mejor sus radiografías utilizando una técnica descubierta por una computadora.

La Inteligencia Artificial permite, asimismo, la manipulación de grandes cantidades de datos necesarios para avanzar en temas tan complejos como el internet de las cosas, los implantes bioelectrónicos, la edición y expresión genética, y, básicamente en todos los campos del conocimiento humano.

Cuando la IA pueda ser procesada en computadoras cuánticas, las capacidades de estas redes neuronales artificiales estarán más allá de la comprensión humana. Nuestros hijos y aún más, nuestros nietos tendrán modificaciones genéticas e implantes que les permitirán integrar esta superinteligencia en sus cuerpos. Quienes no posean estas modificaciones se quedarán sin posibilidad de comunicarse inteligiblemente con quienes sí las posean. Nuestros hijos nos verán con ternura —o frustración, según sea el caso— como nosotros vemos a un bebe balbucear sus primeras palabras.

Esto no es ciencia ficción. La primera generación de la neohumanidad ya está entre nosotros.

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