
Comunicóloga
Twitter: @samanthacarbaja
Hace dos días, el clima amaneció un poco más frío, un poco más seco y un poco más duro que de costumbre para los habitantes de la Ciudad de México, quienes ahora al igual que muchos otros estados de la república, sienten cada vez más cerca el paso fuerte, inminente e inamovible del grupo criminal más conocido desde hace tiempo.
En tendencias se encontraban las siglas “CJNG” las cuales, al entrar a la sección de Trending en Twitter, hacían alusión a un artículo publicado en el diario “El Universal” escrito por el escritor y periodista Héctor de Mauleón, en el que describe la presunta llegada del grupo criminal a las calles del Centro Histórico de la Ciudad de México y, enseguida de esta cita, se podían leer opiniones y comentarios variados sobre los hechos, la crónica y los desmotivantes testimonios de los presentes en el lugar.
Lo desconcertante del asunto en sí, al menos para mí, fue notar el como la opinión generalizada se centraba en un solo hecho: la consecuencia.
La consecuencia del poco interés y la normalización de los contenidos que recibimos a diario, la peligrosa y alarmante romanización extrema de la hoy bien conocida “Narco Cultura”, y justamente de esto va el análisis de hoy.
“¿Cómo chingados no va a haber tanto corrido perrón ahorita? si la violencia en México está tan fuerte” comenta un integrante de “Los Twiins”, fundadores del famoso “Movimiento alterado”, autores e intérpretes de los narco corridos más populares en el norte del país, quienes además, se presentan en clubes nocturnos y diferentes recintos con localidades agotadas. Sitios a reventar de personas, público, pero, sobre todo, fanáticos del género.
Fans que se ven inspirados y en la mayoría de las ocasiones, hasta proyectados con sus letras y sonidos. Los identifican, matanzas, sangre, calibres y detonaciones que se han vuelto un cotidiano en su entorno, la normalidad en su mundo. Un mundo que ha cambiado y se ha cerrado poco a poco a diferentes horizontes, un mundo que incluso, los ojos de las personas mayores que han habitado las tierras del norte durante toda su vida, son capaces de notar. La decadencia de las figuras de admiración les ha hecho limpiar mucha sangre y aparentan ser los únicos que quieren detenerlo.
Ver la sangre correr diluida en lágrimas se ha vuelto un hecho común. La gente la barre, la sacude del frente de sus viviendas y locales como si de hojas otoñales se tratara. La desensibilización a la muerte violenta, la glorificación del crimen, esa es la consecuencia.
Preocupación, oraciones e incertidumbre es lo que impera en la vida de todos aquellos que se atreven a ver la cultura del narco desde fuera, pues saben que, como lo dictan las reglas no escritas, el miedo genera respeto.
“A mí sí me gustaría ser la novia de un narcotraficante porque… es una forma de vida, no es nada malo”, es una de las frases comunes dichas por las adolescentes inmersas en este mundo.
Actualmente en México, la relación con la violencia se ha vuelto habitual y repetitiva, lo cual ha hecho que la sociedad terminara por adoptarla como una normalidad, algo admisible, inamovible y, tristemente, inevitable.
Hablar de narco cultura ahora se refiere a obras escritas en canciones, series o adaptaciones cinematográficas que se han aferrado en la sociedad y encontraron un lugar en la vida de todos aquellos que tienen como objetivo obtener un poderío vacío.
El reflejo de las vidas, hazañas, riesgos y lujos que comprenden la vida de los que se dedican día a día al negocio de la droga, han generado ambición por ello en el pensar colectivo comprendido por personas que no pertenecen ni ejercen estas actividades, pero han encontrado una especie de desahogo al comportarse, vestirse o imitar este estilo de vida.
Un estilo de vida alternativa que les permite escapar por un momento de situaciones de pobreza, desigualdad y nula protección de quienes juraron cuidarlos y ahora están coludidos en el negocio.
¿Las razones? Varias, dentro de ellas está la falta de oportunidades y el escaparate que el narcotráfico trae a las vidas de muchas familias en situaciones desfavorables, encontrando el flujo de dinero inmenso que esto representa como la única solución a sus problemas y volviendo así, a estas figuras, modelos a seguir, perdiendo el miedo a parecer narcotraficante, pues contrario a lo que pensaríamos, se busca ser uno de ellos, evitando la realidad de la pobreza y lo crudo de su contexto, creando e infundiendo en el resto un falso respeto al convertirse en uno.
Como sociedad deberíamos tener claro el error de glorificar a estos personajes y convertirlos en ídolos televisivos y mediáticos, pues esto trata de una batalla personal que sólo podremos combatir con el pensamiento y la reeducación en el consumo del contenido violento en general, pues si bien la realidad es riesgosa, el verdadero peligro está en la idea.
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